viernes, 15 de agosto de 2008

Negociación

Por fin has accedido a que nos veamos después de varias charlas telefónicas. Has tomado muchas precauciones y lo comprendo en los tiempos que vivimos.

Sabes que en un momento u otro has de correr el riesgo y lo único que intentas es minimizarlo aunque creo que ambos conocemos ya el final de todo esto.

Hemos quedado en esa cafetería céntrica donde te sientes segura. Hay afluencia de público y eso te tranquiliza. Me ves sentado en una mesa al fondo, la más discreta que he podido encontrar en un rincón. Vine con bastante tiempo de antelación precisamente para ocupar esa mesa.

Te has vestido como te sugerí y eso me agrada. Otro paso que has dado. Una camiseta veraniega blanca ceñida y una falda vaporosa de colores, sandalias con tacón y las uñas pintadas de rojo vivo. No te gustaba el rojo pero lo has hecho. Seguramente cuando te pregunte sobre tu ropa interior no me sorprenderé si me respondes “blanca”. Conoces mis gustos ya.

Vienes con una sonrisa hacia la mesa y te veo más atractiva de lo que imaginaba. Me das dos besos y te sientas frente a mí, dando la espalda al resto del establecimiento. Yo domino con la vista la situación sentado con la espalda hacia la pared.

Pides un refresco y ahora te noto el nerviosismo aunque lo intentas disimular haciendo alarde de tu simpatía mientras charlamos de cosas banales y nos estudiamos disimuladamente.

Detecto que te esta costando trabajo aguantar mi mirada y empiezas a evitarla cuando hablas girando la cabeza hacia los lados, a un punto imaginario. Gesticulas con las manos y te las agarras inconscientemente. Te noto inquieta y en un momento de tu charla, te interrumpo ligeramente para decirte en voz baja y tono imperativo que me mires a los ojos mientras hablas. Te quedas callada y siento como acusas la orden. Me respondes en voz baja – si, perdona.

Te has quedado seria y sigues hablando en tono mas sosegado, parece que insegura y haces esfuerzos para mirarme a la cara mientras lo haces.

Te corto nuevamente y te pregunto de forma inesperada por el color de tu ropa interior. Bajas la vista y te pones colorada mientras susurras – blanca. Te pregunto por que has elegido ese color y me respondes que sabes que es mi preferido. Podías haber respondido cualquier cosa pero dices la verdad sin esconderte y eso me agrada.

A partir de éste momento has perdido el ritmo de la conversación y empiezas a responder a las preguntas que te hago en ese tono inquisitivo que sé que te gusta. Lo haces en algunos casos con gran zozobra pero no esquivas ninguna. Estas dispuesta a agradarme por que lo que has visto te agrada a ti también y eso es lo que querías tener claro. A partir de ahora no tienes reparo en responder a nada y vas explicando, en algunos casos poniéndote colorada, todo lo que saco a colación sobre tus gustos y forma de pensar.

No tienes experiencia pero sé de tu carga de deseo así es que te empiezo a explicar detalladamente lo que espero de ti, lo que me gusta y a donde quiero llegar al mismo tiempo que requiero tu afirmación a cada una de las situaciones que te expongo. Mantienes la vista baja cuando respondes y te tengo que recordar continuamente que la levantes. Se que te sientes azorada pero doy por sentado que ésta situación te gusta.

Continúo con mis explicaciones dando en algunos casos tanto detalle que no dejo nada a la imaginación. Escruto tu mirada y detecto que todo es de tu agrado hasta el punto que empiezas a morderte el labio inferior y a sentirte inquieta en tu asiento mientras cruzas los dedos de tus manos sobre la mesa y las aprietas en algunos casos como válvula de escape del torrente de sensaciones que te asaltan. No puedes disimular ya lo que estas experimentando.

Me pides permiso para ir al baño un momento y te respondo que si pero que traigas tu braguita y me la entregues para saber si te sientes a gusto en mi compañía y es de tu agrado lo que estamos hablando. Bajas la mirada y te pones totalmente colorada mientras susurras – estoy empapada, Señor. Puedo ir?

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